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CRONICA ROJA

MENSAJEROS DE LA MUERTE

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CRONICA ROJA...

MENSAJEROS DE LA MUERTE

Por Juan Manuel Villarreal H.

 

Miguel Alemán, Tamaulipas

Abril 8 de 1988.

 

El autobús de segunda clase de Transportes Noreste que cubría la ruta Reynosa-Miguel Alemán, enfiló por la calle Segunda y entró bajo el enorme galerón de la terminal de autobuses.

Homero Dávila García, descendió de la unidad y se encaminó hacia la salida del edificio.

Era la primera ocasión que visitaba esa localidad, por lo que por unos momentos dudó hacia donde dirigirse.

Originario de Tampico, había sentado su residencia meses antes en una de las colonias populares de ciudad Reynosa, donde radicaba al lado de su esposa.

Había decidido internarse de ilegal en los Estados Unidos, a fin de buscar nuevas alternativas que le permitieran mejorar su situación económica.

Luego comenzó a caminar a lo largo de la calle Primera, luego pasó frente a las instalaciones de la administración de la Aduana local.

Siguió de largo y se encaminó hacia donde se localizan los patios fiscales, por lo que al llegar a la calle Carranza, viró hacia su izquierda por donde un camino estrecho lo llevó hasta la orilla del río Bravo.

Comenzaba a caer la tarde, por lo que buscó un lugar bajo la sombra del viejo puente colgante y se tendió en el césped.

Estaba sumido en sus pensamientos que no se percató que alguien se acercó hasta donde se encontraba.

El protagonista se incorporó de inmediato al sentir al presencia del desconocido, quien no mostraba apariencia agresiva y sin decir palabra se sentó cerca de él.

Entonces, aquel sujeto comenzó a hurgar entre sus bolsillos de su pantalón de donde sacó un envoltorio de plástico transparente, el cual contenía una regular cantidad de mariguana.

Tras tomar un papel arroz del empaque Zig-Zag, con sus manos expertas forjó un cigarrillo.

Al ver que Homero estaba atento a sus movimientos, el sujeto inquirió tranquilamente:

- “ ¿Quieres darte un toque?

En respuesta Homero Dávila movió la cabeza en silencio hacia ambos lados en señal negativa, por lo que el extraño comenzó a comentar:

- “ Me llamo Estorquio Guzmán Reséndez…y la mera verda’…es que no encontraba a nadie con quien loquear”.

Tras aspirar algunas bocanadas de humo, contuvo la respiración e hizo un segundo ofrecimiento del cigarro a Homero, quien luego de titubear algunos segundos, lo tomó y se lo llevó a los labios para emular al recién llegado.

Ya en confianza y bajo los efectos del estimulante, Homero comenzó a hablar de sus planes.

- “Quiero irme de mojado, pero no se como o por donde cruzar hacia el lado americano”.

- “No te preocupes, yo conozco un lugar aquí cerca que se llama -La Islita-…es por donde todos pasamos a Roma, Texas”.

Y dijo:

- “Nada más hay que esperar a que se haga de noche para que todo sea más fácil”, agregó, al momento en que seguía fumando el cigarro que amenazaba ya con quemarle los dedos.

- “¿ Y dime…en que vas a trabajar allá”.

Preguntó Guzmán Reséndez.

- “En lo que sea mano, con tal de ganarme una feria”.

“ ¿Y no te gustaría ganarte una lana más fácil y rápido?”

Le cuestionó a Homero, quien de inmediato respondió:

- “ No pos si…pero cómo”.

Al ver que el sujeto se mostró interesado, comenzó a explicarle su plan.

- “Mira…se de una casa en Roma, Texas que está sola y podemos ir a robar sin ningún problema”.

En forma inmediata Homero aceptó el trato.

- “Para celebrar el atraco vamos a rolar otro toque”, dijo sonriente Estorquio.

Luego de dos horas, aquellos dos sujetos amparados por la sombra de la noche, llegaron hasta el lugar indicado y procedieron a cruzar a nado el río hacia el lado americano.

Una vez en tierra firme, caminaron por entre algunas calles de esa ciudad texana, hasta llegar a un local abandonado.

En ese lugar, el desconocido sustrajo de un escondite un rifle AK-47 de los llamados cuerno de chivo y una pistola escuadra calibre .45, la cual le entregó a Homero, quien sorprendido preguntó:

- “¿Para que queremos las armas, si la casa está vacía?”.

- “Hay que llevarlas sólo por pura precaución”.

Argumentó Estorquio en forma rápida.

Posteriormente, ambos enfilaron por entre algunas casonas del lugar hasta que se detuvieron entre unos arbustos.

Luego, avanzaron despacio hacia una de las residencias que se hallaba frente a ellos.

- “Esa es la casa y vamos a entrar sin hacer ruido por la puerta trasera”, le indicó a Homero.

Sin embargo, el propietario de la residencia, Héctor Sandoval, quien se hallaba en su interior, se percató de la presencia de los desconocidos cuando caminaban hacia la parte lateral de su domicilio.

Rápidamente se dirigió hasta un escritorio y del interior de un cajón sacó una pistola calibre 9 milímetros y se ocultó detrás de la puerta para recibir a los intrusos.

Homero Dávila caminaba delante de Estorquio y tras forzar la puerta de acceso, se introdujeron a la vivienda portando las armas de fuego.

El lugar estaba oscuro.

Tras atravesar el umbral de la residencia, el morador disparó en contra de Homero Dávila, quien recibió un primer impacto en el abdomen con orificio de salida en la espalda.

En respuesta, el herido asustado comenzó a disparar su pistola hacia diferentes partes alcanzando a lesionar a Héctor Sandoval, quien al ver a su agresor tratar de huir hacia el exterior de la casa, nuevamente le disparó y fue alcanzado por los impactos a la altura de la nalga con orificio de salida en la cadera.

Dávila García cayó mal herido gritando auxilio a Estorquio, quien en ese momento forcejeaba con el morador de la casa, quien había agotado sus municiones.

Ambos luchaban por apoderarse de la metralleta, la cual accionaron en repetidas ocasiones, pero los impactos dieron sobre paredes y techo de la habitación.

Luego de la enfrascada lucha, finalmente las fuerzas comenzaron a abandonar a Héctor Sandoval, quien ya se desangraba en forma abundante por la herida que presentaba en el vientre, situación que aprovechó el intruso para hacerse del arma, la cual accionó en una sola ocasión contra el objetivo.

La ráfaga dio en el blanco de aquella persona, quien murió en forma instantánea.

Mientras tanto, en el exterior del domicilio, Homero gritaba desesperado al ver que se desangraba:

- “Ayúdame…por favor ayúdame…me voy a morir…”

Estorquio sin inmutarse, lo tomó sobre su hombro y casi arrastrándolo comenzó a caminar al momento en que le gritaba:

- “Ya cállate el hocico, no vez que nos pueden descubrir”.

- “Pero… ¿ A quien mataste?”.

Preguntaba asustado el herido.

- “No te preocupes, ese era Héctor Sandoval y ya se cumplió con el encargo”, dijo.

Luego, al ver que un auto particular que circulaba en dirección hacia ellos, de inmediato Estorquio lo interceptó metralleta en mano y amagando al conductor, lo obligó a llevarlos hasta la orilla del río Bravo.

Una vez en ese lugar, permitió que el propietario de la unidad se fuera bajo la amenaza de matarlo si lo denunciaba.

- “Como es posible que sólo me vas a dar problemas…será mejor que también te mate aquí de una vez…”

Al oír aquellas palabras, Homero comenzó a suplicar.

- “No me mates….te juro que no diré nada…sólo quiero que me lleves a un hospital….por favor”, gemía.

Aquel sujeto le apuntó con el arma y le dijo:

- “Si no quieres morirte aquí mismo…vete en este momento para Miguel Alemán”.

En forma inmediata, comenzó a arrastrarse como pudo y se introdujo al río aún con el temor de ser asesinado por su acompañante y empezó a nadar lento hacia el lado mexicano.

Agotado y exhausto por el esfuerzo, una vez en tierra firme, comenzó a caminar sin rumbo por la ribera del río, al momento en que gritaba que le auxiliaran, por lo que unas personas que lo encontraron, lo trasladaron hasta una clínica particular, donde daba su versión a las autoridades de que había sido asaltado para robarlo cuando intentaba pasar de ilegal hacia Estados Unidos.

Al día siguiente, las autoridades de Texas se coordinaron con la Policía Judicial del Estado para ahondar en las investigaciones del homicidio cometido en Roma, las cuales establecieron la probable participación del lesionado en dichos hechos, al confirmar que las heridas habían sido causadas con el arma del occiso.

Tras ser sometido a diversos interrogatorios, el lesionado cayó en contradicciones hasta que finalmente confesó su participación, señalando en todo momento no saber el motivo del asesinato y argumentó que al autor del crimen recién lo había conocido, por lo que desconocía su posible localización.

Una vez que se logró poner a salvo la vida del sujeto, fue turnado ante las instancias federales, a fin de que fuera consignado por delitos cometidos en el extranjero, por lo que permaneció en calidad de detenido en las instalaciones de la Policía Judicial Federal.

Sin embargo, en forma inexplicable, la Policía de Texas no presentó los cargos y la denuncia formal en contra del detenido dentro del término legal, por lo que el fiscal federal ordenó su liberación.

Desde entonces, jamás se pudo establecer su paradero.

Por su parte, Estorquio Guzmán Reséndez, de 27 años de edad y con domicilio en calle Insurgentes en Miguel Alemán, meses después fue detenido por elementos de la Policía de Roma, Texas.

En esa ocasión, se le comprobó su participación en un acto incendiario a una camioneta tipo Van con tres personas a bordo, por lo que al ser interrogado en torno al asesinato de Héctor Sandoval, el sujeto confesó su participación.

Según declaraciones de Estorquio el móvil del asesinato fue debido a que presuntamente Héctor Sandoval se había quedado con un dinero proveniente de actividades ilícitas.

Luego de su juicio, Estorquio Guzmán, fue sentenciado a la pena capital mediante la aplicación de la inyección letal, pero antes de cumplirse la pena, fue suspendida la ejecución y a cambio se determinó purgar una condena de por vida con una sentencia de 99 años de prisión.

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